Nacido un 19 de Junio de 1943, Don Darío Eugenio Lizana nos acompañó durante 65 años. Tempranamente y de forma imprevista nos dejó, sin siquiera avisarnos vislumbrando alguna enfermedad. En la mañana del 11 de Diciembre del 2008 partió a encontrarse con el Creador. En esta página queremos honrar su memoria, dedicándole unas palabras que salen del alma huasa:
“Don Queno, agradecemos el hecho de haberlo conocido y haber compartido a su lado esta pasión huasa y corralera. Agradecemos el habernos permitido conocer a su familia. También recordaremos y añoraremos el tiempo que nos dio para conversar, y el momento en que nos servimos un vaso de vino. Agradecemos haber cabalgado a su lado, el haber estrechado su mano, y también agradecemos cuando nos fundimos en un abrazo de hombres de campo, bien palmoteado.
Su hablar pausado y la resonancia de su voz habrán de quedar por siempre en los rincones del Club, y con mayor fuerza en nuestros corazones. Cuánto extrañaremos volver a ver su figura, por eso guardaremos por siempre el recuerdo de su presencia.
Ha pasado a formar parte de esos huasos que nos han dejado una herencia que jamás se olvidará. De aquellos que ya partieron a cabalgar por campos de eternidad. Lleve para ellos el recuerdo de cada uno de nosotros, estreche sus manos y dígales que no hay olvido en este Club, sino un eterno memorial de sus vidas y experiencias. Que disfrutamos lo que formaron, que prolongamos lo que crearon, que se mantiene viva la llama que a ellos los guió, que aún se trenza el lazo que nos mantiene unidos; que cuando ensillamos, lo hacemos con el orgullo de pertenecer a este Club. Que cuando nos ponemos el chamanto, lo hacemos para lucirlo; que el sonido de las espuelas nos llena de bríos; que al cabalgar sobre nuestro caballo, lo hacemos para demostrar con altivez que somos huasos; que el olor del campo nos retrae a nuestras raíces. Que al borlear el pañuelo en una cueca, lo hacemos para volver a enamorarnos. Y que al brindar con un amigo, lo hacemos por que lo queremos. Qué aún disfrutamos cuando se pulsa una guitarra y de sus cuerdas se escucha esa tonada que nos hace latir más fuerte el corazón. Que cuando zapateamos una cueca, lo hacemos para demostrar que esta tierra es huasa y nuestra.
Sepa Don Darío, que su espíritu se mantendrá entre nosotros, por mucho tiempo. Esta fue su casa, aquí están sus amigos. Su limpia mirada y su sonrisa que nos llenó en cada momento, la podremos extrañar, pero nunca será olvidada.
Tengo la certeza que en la eternidad nos volveremos a encontrar. Sabemos que lo encontraremos con buena cabalgadura, bien cacharpeado, con chamanto y sombrero de paño, tal como lo fue toda su vida.”
